viernes, 22 de octubre de 2010

REFLEXIONES TRAS UNA OPERACIÓN DE CATARATAS

por Francisco Manuel Nácher

Hace casi un año me operaron el ojo izquierdo y me extirparon una hermosa catarata, a la que yo llamaba cariñosamente “Iguazú”, y que sólo me permitía ver el cuarenta por ciento de lo posible. Fue muy sencillo. Diríase que “incoloro, inodoro e insípido” como el agua destilada, es decir, sin dolor, sin anestesia y sin recuperación.
Y en un momento me encontré con una visión muy original. Porque, con el ojo operado veía perfectamente (el ciento diez por ciento, según afirmó el oftalmólogo), con todo detalle, y podía hacer alardes de capacidad visual, mientras que, con el derecho, seguía viendo como antes.
Pero, cuando comparaba la visión de uno y otro ojo, resultaba que con el
operado lo veía todo con mucho más detalle y, yo diría que con más luz, mientras que con el otro (con un sesenta por cierto de visión), curiosamente, lo veía todo más “vivo”, más lleno de matices, de colores, de “alegría”. Y desde entonces he jugado frecuentemente a guiñar un ojo u otro y comparar lo que percibía. Y, decididamente, me quedo con la visión que me proporciona el ojo aún no operado, ya que, como he dicho, es más cálida, más familiar, con más matices.
Pero ayer, estando leyendo en el jardín, hice, una vez más, el ejercicio de guiñar un ojo u otro y comparar. Y se me ocurrió mirar las flores de una planta de reciente adquisición, cuyo nombre no conozco y que produce dos clases de campanillas, unas blancas y otras rojas.
Y entonces ocurrió: me di cuenta de que las flores rojas, con el ojo derecho, el que ve mal, las veía rojas, pero con el operado, el que ve bien, las veía moradas, de un morado cardenalicio precioso. En cambio, con los dos ojos, las veía rojas como con el derecho. Repetí muchas veces la comparación. Y, como estoy acostumbrado a preguntarme siempre el por qué de las cosas, surgió la pregunta: ¿Por qué ocurre esto? Y, tras un instante de reflexión, deduje que el ojo izquierdo recibía mucha más luz que el derecho y por eso veía las flores moradas, mientras que el derecho las veía rojas, lo cual hace pensar que el morado absorbe más luz que el rojo (¿será casualidad que sean precisamente los dos colores extremos del arco iris?) o, dicho de otro modo, refleja menos luz.
Pero, casi en el acto, surgió otra pregunta, esta vez inquietante, y a la que no supe responder: ¿de qué color eran las flores, en realidad, moradas o rojas?
Y, a continuación, atropellando a esa pregunta, otra más preocupante aún:
¿cómo es el mundo en realidad? ¿Como lo veo con el ojo operado o como lo percibo con el no intervenido? Porque, no es posible que sea de las dos maneras a la vez. ¿O sí?
De lo que no cabe duda es de que, si las flores son en realidad rojas, mi ojo operado cambia la realidad, es decir, me proporciona una realidad inexistente. Y, si son moradas, es el no operado el que lo hace. Pero, ¡otra pregunta aún más inquietante! : las flores no pueden regular la luz que reflejan. Ellas reflejan siempre la misma. Luego el error está en mis ojos. Y eso quiere decir que el mundo que percibo por la vista puede no ser – seguramente no es – como yo lo veo. Y una última pregunta: ¿Cómo lo ven los demás? Porque si mis dos ojos ven dos cosas distintas,
¿cómo voy a pretender que veo lo que los demás…?
Inesperadamente, pues, me he encontrado en medio de un cúmulo de
interrogantes, de dudas y de incertidumbres, lo que me hace casi desear no haberme operado y haberme quedado en el mundo de siempre, el mío, el habitual, que yo creía igual para todos…pero que, ¿lo era realmente o sólo lo creía yo?
¿Y qué ocurrirá cuando me operen el ojo derecho, que se va acercando
rápidamente a percibir sólo el cuarenta por ciento de lo posible, que es el límite que la ciencia ha establecido para intervenir? ¿Me tendré que despedir para siempre del mundo que me acompañó durante ochenta y dos años de mi vida, todo lleno de matices, de color, de vida, para quedarme viendo “mejor” (según los médicos), mundo con más luz pero con menos matices, desconocido y casi hostil? Ahora, por lo menos, tengo el recurso de guiñar un ojo u otro y pasar de uno a otro de “mis” mundos. Pero, si me operan el “ojo malo”, si me privan de mi otra catarata, la
“Niágara”, y me quedo con los dos ojos “buenos” ya nunca podré ver más que el mundo nuevo. ¿Valdrá la pena? ¿Será el miedo al cambio lo que siento?
Todas estas reflexiones, que parecen una historieta humorística, me han llevado a confirmar lo que siempre se nos había dicho y no habíamos acabado de creer: queeste mundo es un mundo de ficción, un mundo que creamos cada uno de nosotros, a partir de las vibraciones que percibimos y que interpretamos como objetos, personas, voces, colores, montes, ríos, mares, cielo, nubes, calor, frío, dureza, blandura, música, ruido, perfume, sabor, dolor, etc. Pero que no es real, sino mental, aunque se nos ha enseñado a creer que es real, material, denso, medible, tocable, permanente…Y no estará de más que empecemos a aceptar que ésa es la realidad y que el competir entre nosotros y el hacer depender nuestra felicidad de la posesión de las interpretaciones que nosotros mismos hacemos de unas vibraciones que perciben nuestros sentidos y traducen nuestros cerebros interpretándolas como materiales y externas, no deja de ser una postura ilógica, irracional e injustificada, y que lo que procedería hacer es elevarnos al origen de esas vibraciones, donde estará la realidad que creíamos tener ya al alcance de la mano.

No hay comentarios:

Publicar un comentario