En algún momento de mi camino de vida me desvié. La paz, la armonía, desaparecieron y la inquietud tomó el mando, desequilibrándome.
El "afuera", los "otros" taparon y ocultaron mi Ser. Yo lo permití, ellos no hicieron nada más que ser lo que son.
La distracción de mí misma, otra vez, pero en otra forma, se presentó como síntoma de enfermedad, que no es un castigo ni algo que sucede porque sí, sino un aviso, un alerta de que me desvié una vez más.
Volver a conectarme con mi alma es la tarea. Poseo herramientas para hacerlo, poseo el tiempo, poseo el espacio. Sólo la voluntad que nace de mi libertad, de mi elección personal es lo que tengo que esgrimir para centrarme y desde allí, sí, volver al equilibrio desde el cual podría ayudar a quien me necesite, pero sin forzar nada ni a nadie, ni al otro, ni a mí misma.
Olvidar-me es como negarme, negarme es como no amarme. Olvidar o descuidar uno de mis cuerpos es mal-tratarme.
No hay un cuerpo más importante que otro. Sentimientos, mente, físico, espíritu, son partes que me con-forman, aunque no me totalizan. Mis cuerpos sutiles también están para darme el Ser que Soy. No hay más importante y menos importante; cuando no siento a alguno de ellos, automáticamente los otros empiezan a temblar.
Lo que las enseñanzas de la cultura imprimieron en mi personalidad a veces pugnan por dominar mi vida. Mi atención amorosa es lo que permite volver al equilibrio, pero sin presión, sin forzamientos, sin miedos, sino con la amorosa mano que junta, que acaricia lo que se dispersa porque los "caramelos" del afuera con sus papeles de colores distraen mi atención.
El trabajo con uno mismo es el verdadero trabajo del ser humano.
El trabajo social, la transformación de la naturaleza para obtener el sustento se deriva de aquel. No es el primer trabajo, aunque el sistema creado por la civilización así nos lo quiera hacer creer. Es la alienación de la que se ocuparon los filósofos. Bicho que nos infecta y que transmitimos inconcientemente a las generaciones que nos preceden. Y aveces, no entendemos porqué estallan los jóvenes de maneras espectaculares (con violencia, con alcohol, con drogas, con destrucción), cuando lo que sienten es un irrefrenable deseo de decir BASTA a estas formas de vivir ajenas al ser humano, a su esencia, a su naturaleza.
Quienes caminamos por esta tierra durante algún tiempo también estallamos, hacia afuera, como los jóvenes, o hacia adentro, con enfermedades y disfunciones.
Pero todo se dirige a obtener el mismo fin: clarificar, entender que sólo el AMOR es la manera, la forma, el impulso y la manifestación de lo que vemos, sentimos, anhelamos y logramos.
Sólo el Amor es lo que nos mantiene.
Aunque lo disfracemos, lo etiquetemos con otros adjetivos, es por Amor que todo sucede, que todo se manifiesta. No hay castigos, no hay culpas, no hay destinos ni designios malignos que acechen desde oscuridades ocultas.
Esas son creaciones de la personalidad, del ego, que para preservarse, para engrandecerse, toma la delantera y tapa con su fantasmodidad a la Vida del Ser que sólo muestra el camino amoroso, el camino con obstáculos a sortear (¡lo divertido del camino!), para llegar a una meta que no siempre se conoce, que aterra al ego, porque la muerte es, justamente, la muerte del ego, de esta personalidad con la cual nos identificamos, y que es una creación propia, de uno mismo con las relaciones y su medio.
Si esa creación no me agrada, me quita la paz y la armonía, ¡Pues a cambiarla!. Esa es la tarea diaria, constante de aquí a la eternidad de esta vida mía que yo elegí en algún momento que se me olvidó, con mucho amor y alegría.
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